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Una red social puede asemejarse a un sinfín de objetos o herramientas: coches, televisores, sierras, cuerdas… Cuanto menos, en lo que respecta a las posibilidades de uso; estos artilugios, como tantos otros, pueden manejarse con criterio y sentido común o por el contrario emplearse negligentemente con un fin distinto al que se supone poseen. El posible mal uso -incluyendo el abuso- de cualquier cosa no debe constituir un argumento válido para demonizarla ni criticarla.
Esto mismo es aplicable a las redes sociales; sus bondades y ventajas están ahí y son plausibles, como también lo son los perjuicios que puede causar un uso irresponsable por parte de quienes forman parte de ellas. Teniendo en cuenta que una parte significativa de estos usuarios son menores de edad, dicha responsabilidad atañe directamente a los padres, quienes deben ejercer cierto control sobre ese aspecto del ocio de sus hijos por mucho miedo o indeferencia que les produzcan las nuevas tecnologías. El mal uso no tiene por qué provenir de una firme voluntad, sino que puede ser un simple fruto de la ignorancia o la inocencia; como es lógico, dejar una herramienta tan poderosa en manos de alguien que no sabe manejarla -los niños- es una auténtica negligencia, tanto como permitirles jugar con dinamita o serpientes venenosas.
Pero no hay que ser alarmista, ni mucho menos. Las redes sociales no son caldo de cultivo para pedófilos ni asesinos en serie, tan sólo constituyen una nueva dimensión de interacción a la que puede trasladarse prácticamente cualquier circunstancia de la vida real. Sólo unos padres neuróticos prohibirían a sus hijos salir a la calle por miedo a algún infortunio, y sólo los irresponsables se desentenderían por completo de lo que pudieran hacer en ella. El equilibrio reside, como en casi todo, en la pura sensatez. Los expertos recomiendan a los padres ejercer cierto control, al menos a aquellos con hijos aún preadolescentes, pero por otra parte hacen hincapié en que no ha de ser intrusivo en la intimidad de los jóvenes. Éstos, por pocos años que tengan, poseen un terreno inviolable que los padres han de saber localizar y respetar, pues invadirlo por querer remediar un posible peligro puede acarrear daños colaterales de orden familiar.
Cabe subrayar, dentro de la educación actual, la responsabilidad de los padres para con el mundo de Internet, ya que es pieza fundamental en el desarrollo personal y social de sus hijos y eso lo convierte en un asunto sobre el que deben tener algún conocimiento o noción. Han de saber que las páginas de interacción social son capaces de aportar gran cantidad de beneficios y entretenimiento sano a niños y adolescentes, quienes aprenden, a veces inconscientemente, a tolerar toda serie de opiniones y factores contrarios o ajenos a su realidad más inmediata. La conexión instantánea con cualquier persona les habilita a cultivar amistades que sin las redes sociales estarían condenadas a olvidarse, y la existencia de espacios temáticos constituye una gran ayuda para su aprendizaje voluntario.
Las redes sociales son, pues, una nueva herramienta de ocio y diversión que ha calado con fuerza entre millones de personas, sobre todo niños y jóvenes. Como pudo suceder antaño con los coches de choque, las peonzas, la televisión en color o las combas, las redes también son capaces de provocar negligencias y excesos, y del mismo modo que muchos padres supieron controlar los peligros de entonces, los de hoy en día deben obrar de igual manera y con idéntico criterio.
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