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Muchos occidentales suelen pensar en las costumbres alimenticias del mundo árabe en términos de insalubridad o falta de higiene e incluso educación, tomando como referencia, claro está, su concepto de la corrección a la hora de comer, pero lejos de todos esos clichés, debe saberse que para los árabes se trata de un momento solemne e indefectiblemente unido a la limpieza.
Como en casi cualquier ámbito de su cultura, el agua ha jugado desde siempre un papel esencial, y de ahí que lavarse las manos con ella antes de comer sea más que obligatorio, más aún cuando éstas hacen las veces de cubierto único. Además, se limpian de un modo distinto al nuestro, pues son ayudados por otra persona que vierte el líquido sobre ambas manos, lo que contribuye a una depuración más efectiva. Así, reúnen las condiciones idóneas para acometer una comida completa sin cucharas, tenedores ni cuchillos, lo que para nosotros es poco menos que inimaginable.
Tampoco nos parecería lógico prescindir de una mesa, como siguen haciendo muchos árabes, especialmente los que habitan en enclaves rurales; a éstos les basta una estera extendida sobre el propio suelo, en torno a la cual sentarse a compartir las delicias de su gastronomía, aunque también se usa una especie de mesa muy baja, que obliga a comer de rodillas o sentado. En ambos casos, la presencia de sillas es meramente accesoria, siendo sustituidas a lo sumo por pequeñas banquetas.
Teniendo en cuenta el alto grado de religiosidad de la civilización árabe, no es de extrañar que recen una oración antes de llevarse cualquier alimento a la boca, como no obstante sigue sucediendo en muchos hogares de nuestro país. Pero volviendo a las diferencias, una de las más grandes es la relativa a los platos; lo normal para ellos es servir toda la comida en una gran vasija común que ocupa la parte central de la mesa o estera, y de la que cada comensal va cogiendo con la mano lo que desea comer. Ocasionalmente, cuando degustan alimentos que deben acompañarse de un caldo, se utiliza un cuenco más pequeño para servirlo. Lo correcto es emplear únicamente la derecha para este cometido de alcanzar la comida, ya que la izquierda se ocupa, por lo general, de otros menesteres más ligados al campo de lo escatológico. Y teniendo en cuenta que también las servilletas brillan por su ausencia, lo mejor es adoptar esta rutina sin objeciones.
Existe, a pesar de todo, la opción de utilizar pan a modo de cubierto, cortando pedazos alargados y con corteza, como si fueran una cuchara, o bien aprovechando la miga para absorber el caldo y las salsas, tal y como nosotros lo hacemos. En cualquier caso, ha de tenerse presente que lavarse las manos con agua es tan importante al comienzo como al final de la comida, pues tras ella se realiza una nueva ablución en cooperación con un sirviente u otro de los comensales.
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