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Si ahora mismo saliéramos a la calle y preguntáramos a cualquier persona por un símbolo de Asía casi con toda seguridad nos mencionaría al dragón, fuese o no alguien que conociera la cultura de aquella parte del mundo. En efecto este animal mitológico puede ser encontrado en la decoración del restaurante chino de la esquina, en los cómics de Corto Maltés, e incluso en las obras de Confucio, ya sea como alegoría de la prosperidad, de la fuerza o de las energías místicas que rigen al mundo.
¡Qué diferencia con el dragón occidental! El nuestro es sinónimo del mal, de la destrucción, de la brutalidad e incluso de la codicia (recordad a Smaug durmiendo sobre montañas de oro y joyas). Se podría decir que mientras a un dragón asiático se le respeta y se le pide consejo a uno europeo no queda más que matarle y saquear su cueva.
El oriental es un majestuoso sabio más anciano que el mismo mundo. Conoce sus secretos y hasta es capaz de dominar la naturaleza. No es de extrañar que se convirtiera en el emblema de los emperadores chinos, cuyo poder sin límites se extendía con sinuosidad, rapidez y omnisciencia por todo el imperio. Hoy ese vínculo con la realeza ha pasado a la historia en la República Popular, pero paradójicamente los atributos de monarca idealizado y benevolente permanecen. El dragón se convierte en sí mismo – y probablemente con más razón que el emperador- en justo señor de los cielos, de la tierra y de las aguas. Su figura sigue siendo respetada, aunque en la actualidad el verdadero símbolo de China sea el bonachón y entrañable oso panda.
Pero, ¿es igual en Japón, país en el que todavía existe una monarquía? Curiosamente no. Aunque algunas de las tradiciones y emblemas del Japón tradicional tienen una fuerte inspiración china, en el caso del dragón no podemos hablar de un animal mitológico imperial. Baste con decir que mientras el dragón chino tiene cuatro poderosas garras (cinco en el caso de ser “imperial”), el japonés sólo tiene tres. El nipón sigue siendo un ser sabio y poderoso, pero en los cuentos tradicionales está relegado a ser un guardián, a conceder deseos como los genios de oriente próximo, o a ser la montura del héroe de turno. Curiosamente en algunas historias se menciona como valerosos dioses han llegado a matar a dragones malignos, como si de nuestros caballeros andantes y diabólicos reptiles se tratara. El japonés no es más, si se nos permite decirlo, que un ser mitológico sabio y representante de las fuerzas que rigen el mundo, pero voluble y corruptible, no como el chino. Una de las mejores pruebas de ello es que en la mitología del país del sol naciente hay una figura que está por encima de él: el kirin. Ese animal, cuya representación nos puede recordar a una jirafa, es una evolución del dragón. Sólo los dragones más ancianos y sabios pueden convertirse en kirin. Curiosamente esta figura también forma parte del folclore chino, aunque es descrito como una especie de poderoso y erudito “unicornio” con gran importancia en la jerarquía de los seres de leyenda china pero sin conseguir la poderosa atribución del dragón.
Con grandes diferencias y similitudes sustanciales entre culturas la imponente figura del dragón nos quedará como un símbolo esencial: el de una cultura imponente y fascinante con cada vez mayor fuerza en el mundo. Exactamente lo que sería un dragón de ser real.
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