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Como ya argumentáramos en el artículo del mes de abril, las redes sociales son una herramienta de ocio muy completa que ha de utilizarse con criterio y sensatez. La total despreocupación -fruto de no conocer el potencial que tienen en relación a cualquier clase de circunstancia- puede conducir a cometer errores de mayor o menor gravedad. Uno de los aspectos a cuidar y tener en cuenta, que además está siendo objeto de polémica en los últimos meses, es el de la privacidad de los usuarios que conforman cada red social.
Se entiende por privacidad el nivel de protección de que disponen todos los datos e informaciones que una persona introduce en una red social, en cuanto al grado de accesibilidad a ellos que otros usuarios o internautas pueden tener. La mayoría de comunidades sociales y plataformas 2.0 ofrecen distintas opciones relativas a esta función, mediante las cuales puede configurarse la privacidad general de la cuenta. De este modo, al titular de la misma se le otorga la potestad de decidir qué quiere compartir con el resto de usuarios de la red social o de Internet, además de la posibilidad de modificar estos parámetros de seguridad en cualquier momento. Por lo general, se establece una distinción básica entre aquellos usuarios que tienen cuenta y los que no, y dentro de los primeros, entre los que forman parte de nuestra lista de contactos -o de la de alguno de ellos- y los que no tienen vínculo alguno con nosotros. Las redes más completas, como Facebook, permiten ajustar la privacidad de un modo muy focalizado -en el caso de ésta, por ejemplo, cada vez que se escribe un comentario o post en el perfil propio- y por otra parte amplio, como es el caso de la opción de no ser indexado por ningún motor de búsqueda, interno o externo.
Es preciso ser cuidadoso, reiteramos, con la cantidad de información que se pone a disposición de los demás, y habilitar el acceso a ella, en la medida de lo posible, sólo a los usuarios que consideramos contactos o amigos. Han aparecido varias noticias en los últimos meses sobre personas que habían perdido su empleo u otras posesiones por un comentario desafortunado en Facebook o Twitter que acabó llegando a oídos -ojos, mejor dicho- de quien no debía. Para evitar esto, además de configurar la privacidad adecuadamente, es necesario conocer los rudimentos de la red que se está usando y no abusar de las secciones de lectura pública -la mayoría dispone de un servicio de mensajería privada para asuntos de esta índole-. Por otra parte, tampoco viene mal aprender a morderse la lengua -o los dedos, virtualmente hablando-.
Sin salirse de la línea de este asunto, aunque con un matiz distinto e incluso más grave, habría que mencionar la protección de datos que profesan los administradores y gestores de cada red. Esto es algo que escapa completamente al control de los usuarios y dueños de dichos datos, que se ven obligados a confiar en el buen hacer profesional de los encargados de manejarlos y custodiarlos. También saltó a los titulares de prensa alguna noticia sobre el tratamiento infructuoso o indebido que, presuntamente, se le daba a los datos privados y personales de los usuarios de ciertas redes. Aunque las afirmaciones de que algunos responsables venden y comercian con esta información -muy útil para estudios de mercado y compañías con ánimo de lucro- no pasen de ser rumores y habladurías, es cierto que cada usuario debe preocuparse por esta labor y exigir que se respete la protección de datos que, a priori y sobre el papel, todas las redes sociales garantizan.
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