El alfabeto cirílico

El primer obstáculo que encuentra alguien que quiera aprender una lengua eslava es su alfabeto. En realidad no es complicado aprenderlo pero, admitámoslo, da respeto: esos trazos rectos, duros, que nos evocan principalmente un tiempo en el que Rusia regía medio mundo. Uno no puede evitar preguntarse, ¿de dónde viene?

Quizá os hayan contado que su nombre viene del santo que lo creó, San Cirilo; pero no es algo del todo exacto. Vamos a hacer un resumen rápido de la historia del alfabeto cirílico.

Corría el año 862 cuando el rey Ratislav I invitó a los hermanos Cirilo y Metodio, sacerdotes bizantinos nacidos en Tesalónica (Grecia), a difundir el cristianismo por las tierras de Moravia (actualmente la zona comprendida entre República Checa y Eslovaquia, Hungría, Rumania, Polonia, Austria, Alemania, Serbia, Eslovenia, Croacia y Ucrania). Su intención era hacerlo usando el búlgaro antiguo, así que se dispusieron a poner sobre escrito este idioma modificando caracteres griegos, añadiendo algunos hebreos y creando otros para determinados sonidos: había nacido el alfabeto glagolítico, antepasado directo del cirílico.

¿Cómo se convirtió el glagolítico en el que conocemos hoy? Es uno de los grandes misterios del mundo de los idiomas; aunque la teoría más admitida es que no fue San Cirilo sino uno de sus apóstoles, San Clemente de Ohrid, el que modificó el alfabeto glagolítico para hacerlo más legible y fácil de escribir debido a sus trazos más rectos y a la ausencia de minúsculas.

La escritura fue de nuevo revisada en 1708, durante el reinado del zar Pedro I, que en su afán de europeizar Rusia, también hizo lo mismo con el alfabeto añadiendo minúsculas y el uso de la cursiva. La última modificación del alfabeto se hizo al inicio de la era soviética, cuando fue simplificado hasta la forma actual, con 10 vocales, 21 consonantes y dos letras que no representan sonidos.

Es un artículo bastante escueto para hablar de un bonito tema, lo admitimos, pero nos sentimos satisfechos si hemos alimentado vuestra curiosidad lingüística.